12 de diciembre de 2006

abajo

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Levanté la cabeza. Todo seguía oscuro y el hombre tuerto y sudoroso seguía apretando su húmeda camiseta contra mi antebrazo.

En esos días de verano bajo el asfalto de Madrid, cerraba los ojos esperando que, al abrirlos, estuviese en cualquier otro lugar del mundo sobre la superficie, con luz natural, aire natural y gente a más de un metro de distancia de mi piel.

Es cierto que era irremediable pasar un tiempo allí abajo, pero al menos podría haber sido con más estilo; quizá pudiera haber sido bajo el asfalto, sí, pero de Moscú.


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