Siempre me ha suscitado curiosidad la frase "La naturaleza es sabia". En ocasiones, el vacío de mis pensamientos se completaba con un intento de desgranar el contenido de estas palabras, pronunciadas en multiples ocasiones, como cuando se descubre el complicado apareamiento de los murciélagos, observamos florecer las amapolas o simplemente nos preguntamos cómo es que el ser humano todavía no ha extinguido la vida en la tierra. Y es que a pesar de todo ello, no lograba explicarme el gran misterio de la evolución, gracias al cual hoy estoy divagando. ¿Sería la naturaleza tan sabia para que el primer protozoo con el tiempo haya evolucionado hasta mí? ¿No existiría una "mano divina"? ¿Tendría Darwin razón y evolucionamos como los guisantes?
Hoy por fin lo entendí, he comprendido la evolución, he respondido a mi dilema. En el cuarto de baño de mi hogar, mirando un cesto de mimbre, me asombraba de lo sabio que había sido quien trenzara las hebras de manera tan ingeniosa, de manera perfecta para que el conjunto fuese robusto y bello. Entonces, cabilé que se podría hacer un estudio de fuerzas, o de trenzado, o de lo que quiera que fuese, y seguramente descubriríamos que, sin base teórica alguna, el maestro artesano había creado el trenzado con la estructura ideal, más perfecta matemáticamente.
El hombre se afana por entender todo cuanto le rodea, y cuando no lo consigue se inventa una explicación. Qué tonto he sido, debería haberme dado cuenta mucho antes de que da todo igual, que la principal razón por la cual naturaleza es sabia es porque ha tenido mucho tiempo para perfeccionarse, de igual modo que el maestro artesano. Y sinceramente no nos lo merecemos. Viendo los noticiarios, quizá haya sido una enorme pérdida de tiempo. Somos obras de arte que se destruyen unas a otras.
Al salir del baño, la única cuestión que rondaba mi mente era: ¿Harás algo ahora que lo sabes?